martes, 23 de diciembre de 2008

From hell


Lo primero que llama la atención al empezar la lectura es la manera tan perfecta en que se funde la historia de Alan Moore con el dibujo de Eddie Campbell. Es realmente el tipo de dibujo perfecto para acentuar los acontecimientos escalofriantes que vamos a descubrir. De una manera más que convincente, a base de un blanco y negro bastante funesto, vemos la atmósfera brumosa y espesa de Londres a finales del siglo XIX, a base de una documentación concienzuda viajamos a una época no muy lejana, pero tan bien construida que te involucras íntegramente en esas calles, acompañando a esas personas tan dispares y curiosas. Otra característica del dibujo es su expresividad, no es necesaria ninguna palabra en muchos casos para continuar la narración, simplemente basta con seguir las viñetas y los movimientos de los personajes. Si bien la historia es densa por todos los personajes que van apareciendo, esa vida de las imágenes dota a la obra de esa fluidez necesaria para equilibrar el resultado final. El guión por su parte es una pequeña obra de arte, va mostrando poco a poco los acontecimientos, haciendo hincapié en el fuero interno de los personajes, mostrando su actitud frente a determinadas circunstancias puntuales. Así los vamos conociendo y los vamos centrando dentro del rompecabezas que al principio encontramos. Un dato a tener en cuenta es la libertad con que ha afrontado la creación de la obra, sin dejarse llevar por caminos más comerciales o políticamente correctos, sinceramente es de agradecer. Puedes seguir la historia mirando cada dibujo, descubriendo que es imposible narrar estos hechos a través de otro tipo de dibujo. Esa perfecta armonía te atrapa sin remisión, a pesar de escenas bastante explícitas y desagradables, también necesarias para dotar a la novela gráfica de una personalidad única. Es palpable y visible también la excelente descripción de las distintas capas sociales de la capital británica, desde lo más alto hasta lo más humilde. Diferentes mentalidades para cada realidad, es un mundo dividido en el que es difícil progresar y escalar desde abajo, el que es pobre se pudrirá en la miseria y el poderoso, manejará la situación a su antojo, cerrará bocas y tapará ojos. Luego tenemos a los locos, pero éstos van por libre. En cuanto a los personajes en cuestión, tenemos una recreación perfecta del principal, del hombre a partir del cual se va creando todo el tinglado. Su cara, además de fiel al original, es impactante, vamos, como para verlo desde la camilla de un hospital cuando estás esperando para ser operado.

La historia se basa en el mito de Jack el destripador, un caso nada claro que ha servido de inspiración a infinidad de creadores que han dado su punto de vista, no siempre con acierto. Es curioso como esta dramática aventura londinense es llevada al mundo del cómic y de una manera tan seria y sobresaliente. El hijo de la reina Victoria de Inglaterra tiene un hijo con una tendera de un barrio humilde. Para encubrir ese hecho tan deshonroso tratará de eliminar a las personas que lo conocen, unas prostitutas que malviven en ese inframundo. El encargado de la misión será el médico real, un hombre relevante y para más INRI masón. Pero la personalidad del doctor hará que el asunto se desborde en una serie de macabros y espeluznantes capítulos dantescos para los cuales no hay justificación alguna. Aprovechando la trama descubriremos la ciudad de Londres de pies a cabeza, las calles, los edificios más significativos, la idiosincrasia de la gente y su historia. La posterior investigación proporcionará los momentos más sangrantes, cuando la justicia es teledirigida por el poder establecido, hacen y deshacen a su antojo buscando una salida, esperando a que el olvido sepulte las atrocidades. De hecho en el prólogo vemos con dos ejemplos muy explicativos, lo que significa vivir con un cargo de conciencia muy difícil de llevar, imposible de olvidar. Poco a poco las piezas van encajando en el puzzle, el autor nos permite vislumbrar lo ocurrido, siendo explícito, sin rodeos.

A la conclusión del cómic se te queda la sensación de haber destripado una obra de arte, narrativa y diseños perfectos. No será fácil olvidar al médico con su cuchillo y esa cara de asesino macabro que ha perdido la noción de la realidad y vive su doctrina particular. Los dos pasajes más interesantes y que me han llamado la atención son la descripción minuciosa de Londres y el momento de la muerte del asesino, o mejor dicho, la mano ejecutora de los asesinos. El primero es un viaje fantasmagórico a bordo de un carruaje siniestro que recorre las calles con su halo de misterio y con dos seres salidos del infierno. A través de estas imágenes vives la ciudad y su época, la sientes tan cercana que el escalofriante relato del protagonista te traspasa como si todo ocurriera a escasos centímetros de tu nariz. Literalmente así es, el cómic es una ventana a ese lugar y las palabras que encontramos son la historia del lugar, desde el inicio de los tiempos. Aprovechando la situación conoceremos la doctrina de los masones y su particular visión de las cosas. El segundo momento que rescato es el segundo antes de la muerte del asesino, ese instante en que dicen que la vida pasa ante ti en un suspiro como si de una película se tratara. El desenlace ofrece un giro místico, lleno de drama y poesía nos muestra la esencia misma del mal. Aparecen distintas épocas y lugares con un punto en común, la maldad, como si el espíritu del demonio rodeara e influenciara a la humanidad, de hecho es algo que viene en pack con los hombres, qué es la sociedad que hemos montado sin el mal, la verdad es que no lo sé, pero seguramente no se trataría de nuestro mundo.

Si estás acostumbrado a las imágenes crueles de los telediarios, ahora tienes una nueva salida, puedes ver en clave de ficción el reflejo de la más cruel realidad en una obra imprescindible, inolvidable y con un ambiente mítico.

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