domingo, 19 de septiembre de 2010

Un zoo en invierno



Suele ser recurrente acudir a las propias vivencias para rellenar páginas que las mezclan con otros toques de ficción para dar a luz un conjunto verdaderamente especial. Pero para que el resultado sea igualmente especial para el autor como para el lector no hay que dejar de lado la calidad en la composición de la trama, ni en este caso el dibujo, ni la profundidad de los personajes. Poner esto es duda en el caso de Jiro Taniguchi es poco menos que un sacrilegio. Así el resultado de este amenos paréntesis autobiográfico es evocador y fascinante. Y entra con ligereza, parece que va a ser una obra sin pena ni gloria, pero a medida que avanza involucra e incrementa el deseo por conocer por dónde van a ir los tiros. El dibujo es un blanco y negro bastante realista en los fondos, con unos personajes cuyos trazos evocan una complicidad inmediata, algo directamente proporcional a la expresividad de los rostros y la perfecta comunión con los diálogos. Tras un primer capítulo que puede ser un pequeño prólogo auto concluso, se inicia el giro radical en la vida del muchacho protagonista. De trabajar en Kioto en un lugar cuyo futuro lastra las expectativas del chico, pasa a engrosar las filas del estudio creativo de un maestro del manga en Tokio. Allí conoceremos el método de trabajo de un profesional de éxito, el estrés cuando el tiempo se echa encima, las horas ininterrumpidas sin descanso, noches en vela, las presiones de la editora, los deseos por sacar cabeza en el mundillo y cuando acaba todo, el descanso del guerrero. Conoceremos los excesos de los artistas, sus momentos de ocio y cómo es tan difícil dar el primer paso. Es, en definitiva, una obra tan interesante como amena, cercana y que transmite infinidad de sentimientos en cada mirada dibujada, está contada con la pausa necesaria para ser degustada como es debido y se hace tan breve como intenso es su recuerdo. Además tiene el plus de que puede ser como un documental gráfico de una modo de vida duro pero que a la vez llena de satisfacción y es que trabajar en lo que a uno le gusta no tiene precio.

jueves, 28 de enero de 2010

Barrio lejano


Barrio Lejano nos cuenta una historia intimista que sólo puede narrar Jiro Taniguchi. Con su dibujo en blanco y negro, poco recargado pero con un toque bastante realista tanto en expresiones corporales como en escenarios, logra trasmitir la personalidad de unos personajes que son un claro ejemplo de la vida cotidiana de un momento preciso de la historia de Japón. Si el autor es todo un referente en el mundo de la novela gráfica, esta obra en cuestión lo es de su currículum y es que logra trasmitir de una manera natural, a través de un hecho asombroso y hasta infantil, toda la profundidad de una persona, sus anhelos olvidados y sus sentimientos latentes. Así, tras haber bebido más de la cuenta y en plena resaca, un hombre maduro de cuarenta y ocho años se equivoca de tren cuando regresa a casa tras un viaje de negocios. A pesar de darse cuenta del error cometido se deja llevar por el viento y llega hasta el barrio en el que creció. Al pasear por esas calles se da cuenta del tiempo que ha pasado y lo cambiado que está todo, le cuesta reconocer aquellos rincones por los que anduvo. El momento cumbre aparece cuando llega a su vieja casa, una casa que ya no le pertenece y le es completamente ajena. Es triste no tener un hogar al que regresar, comenta melancólico. Sus pasos lo llevan a un templo ancestral y de ahí al cementerio donde reposan los restos de su madre fallecida, casualmente, a la misma edad que tiene él en ese momento. Entonces es cuando sucede el extraño suceso que lo lleva a la época en la que tenía catorce años, pero eso sí, con la mentalidad de un hombre de cuarenta y ocho, ver para creer. Desde ese momento se inicia la verdadera historia, una búsqueda de respuestas que siempre han quedado ocultas y que, una vez recuperado de la impresión del súbito cambio, se decide a despejar. Este viaje particular produce en el lector un viaje interior que lo conduce con nostalgia a su más tierna infancia. Cada capítulo enriquece la obra, es como una bola de nieve que poco a poco se va haciendo más grande y que llega el punto en que es imposible de frenar. Así se van despertando los sentimientos, entre momentos curiosos, otros emotivos, dramáticos; y entre silencios que son tan explícitos como un torrente de palabras. El protagonista caerá en la cuenta de que ha llegado a una época en la que su país se estaba recuperando de los efectos de la guerra y justo en el momento en el que ocurriría un dramático acontecimiento en el seno de su familia, algo que marcaría el futuro de la misma y que a su vez abriría los ojos del protagonista al descubrir lo que era su vida presente. Pero si hay un mensaje que se desprende de estas páginas, es el de buscar la verdadera felicidad, el de conseguir estar contento consigo mismo y poder decir al final de tus días que has aprovechado cada segundo vital como si fuera el último. El desenlace es también sorpresivo y sin duda deja un sabor de nostalgia y melancolía difícil de explicar. Son más de trescientas páginas que recopilan los que en un principio fueron dos tomos y en las que se disfruta plenamente tanto de sus diálogos como de los pensamientos internos del protagonista, que se mezclan con perfecta armonía junto a un dibujo muy expresivo y que son puras estampas del pasado, recuerdos hechos dibujos y que humedecen los ojos con el deseo imposible de revertir el camino.