Suele ser recurrente acudir a las propias vivencias para rellenar páginas que las mezclan con otros toques de ficción para dar a luz un conjunto verdaderamente especial. Pero para que el resultado sea igualmente especial para el autor como para el lector no hay que dejar de lado la calidad en la composición de la trama, ni en este caso el dibujo, ni la profundidad de los personajes. Poner esto es duda en el caso de Jiro Taniguchi es poco menos que un sacrilegio. Así el resultado de este amenos paréntesis autobiográfico es evocador y fascinante. Y entra con ligereza, parece que va a ser una obra sin pena ni gloria, pero a medida que avanza involucra e incrementa el deseo por conocer por dónde van a ir los tiros. El dibujo es un blanco y negro bastante realista en los fondos, con unos personajes cuyos trazos evocan una complicidad inmediata, algo directamente proporcional a la expresividad de los rostros y la perfecta comunión con los diálogos. Tras un primer capítulo que puede ser un pequeño prólogo auto concluso, se inicia el giro radical en la vida del muchacho protagonista. De trabajar en Kioto en un lugar cuyo futuro lastra las expectativas del chico, pasa a engrosar las filas del estudio creativo de un maestro del manga en Tokio. Allí conoceremos el método de trabajo de un profesional de éxito, el estrés cuando el tiempo se echa encima, las horas ininterrumpidas sin descanso, noches en vela, las presiones de la editora, los deseos por sacar cabeza en el mundillo y cuando acaba todo, el descanso del guerrero. Conoceremos los excesos de los artistas, sus momentos de ocio y cómo es tan difícil dar el primer paso. Es, en definitiva, una obra tan interesante como amena, cercana y que transmite infinidad de sentimientos en cada mirada dibujada, está contada con la pausa necesaria para ser degustada como es debido y se hace tan breve como intenso es su recuerdo. Además tiene el plus de que puede ser como un documental gráfico de una modo de vida duro pero que a la vez llena de satisfacción y es que trabajar en lo que a uno le gusta no tiene precio.
domingo, 19 de septiembre de 2010
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