miércoles, 13 de agosto de 2008

Maus


Judío, de ascendencia polaca, sueco de nacimiento y criado en los Estados Unidos, Art Spiegelman estremece al mundo con su obra Maus. De forma autobiográfica contará la historia de un superviviente al holocausto nazi, su padre Vladek. En los primeros años de la década de los ochenta aparecen los primeros dibujos de Maus, recopilados por la editorial Phanteon en el año 1986. Se trata de la primera parte “Mi padre sangra historia”. No será hasta 1991 cuando se complete la obra con la segunda, “Y allí empezaron mis problemas”. Su calidad y trascendencia no pasa desapercibida y prueba de ello es la consecución, un año más tarde, del prestigioso premio Pulitzer. Así pues, estamos ante algo más que un cómic, algo más que un relato o una biografía, se puede considerar como una autentica obra de arte. Los dibujos, en blanco y negro, son de trazos toscos, nada pretenciosos y hasta se podría decir que son bocetos rápidos. Pero a medida que el ojo se va acostumbrando a esta forma de expresión, te das cuenta de la riqueza que esconde, ves esos detalles que hacen a los personajes familiares y trasmiten acertadamente lo que el autor quiere expresar. Pero el dibujo en si no es lo más importante del libro, lo esencial es el argumento, como se las ingenia para mostrarnos dos historias paralelas que se funden primorosamente en una. Los hechos van tomando un cuerpo que incrementa el interés del lector hasta hacer imposible una pausa. Deseas continuar hasta el final, vives cada viñeta, estás allí, en la Europa de la segunda guerra mundial y la norteamerica de los ochenta. A través de una amena narración aparecen momentos curiosos, otros cotidianos, ironía, metáforas y sobre todo el sufrimiento y la fuerza de voluntad de un superviviente con mayúsculas. Lo primero que te llama la atención es la habilidad para enseñarnos el contraste cultural de Europa. De forma acertada y esplícita, pone cara de animales a las diferentes nacionalidades y razas. Como si de una serie de dibujos animados se tratara vemos ratones con cuerpos humanos, representando a la comunidad judía, gatos, como no podía ser de otro modo, para dibujar a los nazis, cerdos para los polacos, entre los que encontramos delatores y alguna que otra buena persona, y perros para los estadounidenses que vienen como anillo al dedo para completar la granja. Es curioso ver como se ponen caretas de otros animales para mostrar los momentos en que algún personaje se disfraza. Esta manera de repartir nacionalidades entre el mundo animal, hace todo más verosímil y se ahorra quebraderos de cabeza a la hora de dibujar la historia. Una especie de prólogo de un par de páginas y una breve cita de Hitler sirve como preludio a lo que nos espera.

Art es un dibujante de cómic. Su próximo proyecto es hacer una novela gráfica basada en la vida de su padre Vladek, un superviviente de los campos de concentración nazis. La relación entre padre e hijo, que desprende una mezcla de amor, admiración, tensión y discrepancias, esta muy bien definida a lo largo de todo el relato. Vladek se ha convertido en un obseso ahorrador, rácano y que aprovecha cualquier cosa que le pueda ser de utilidad. Llegó ya mayor a Norteamérica, por eso, tiene un entrañable acento polaco en su inglés. Esa será una de sus características recordadas con más cariño. Su amor de toda la vida y primera esposa Anja, se suicidó años atrás. Esa mujer siempre ha estado en sus pensamientos, pero pese a todo, volvió a casarse con otra emigrante, Mala. Su hijo Art es un joven que ha crecido con comodidad y sin pasar penurias, tiene un trabajo que le gusta y un vicio que no puede evitar, es un fumador empedernido. Su esposa Françoise, se convirtió al judaísmo para contentar a su suegro. En el pasado de Art hay varias cosas que le atormentan, por un lado esta la pérdida de su madre, por otro el pasado doloroso de sus padres en el holocausto nazi y en medio de todo esto esta la presencia invisible de un hermano mayor que murió en la guerra y al que no llegó a conocer. De él solo quedaba una foto en la habitación de sus padres. Vladek es un hombre entrañable, con todos sus defectos, un personaje muy expresivo, muy bien construido y que, de hecho, parece el padre de todos los lectores. Las diferencias entre las dos generaciones es palpable y es Art el que se lleva los mayores disgustos al no aguantar ciertas manias de su progenitor. Mientras tanto Vladek le va contando detalladamente su vida desde que era un joven con muy buena planta al que comparaban con Rodolfo Valentino. Geográficamente hablando también esta muy bien documentada, todo explicado de una forma entendible y que te situa siempre de manera eficiente. Son los buenos tiempos en su Polonia natal, el inicio de su relación con Anja, sin problemas económicos, en definitiva, una situación bastante desahogada. Casi de puntillas van apareciendo los primeros comentarios sobre los alemanes, pero todo parece que no les vaya a afectar, ocurre lejos. Pero en un viaje en tren a un balneario en Checoslovaquia, ven con estupor como ondea una bandera con una esvástica en lo alto de un edificio situado en la plaza de un pueblo. Más tarde Vladek será llamado por el ejército polaco para defender la frontera y desde ese instante ya nada volverá a ser como antes. Llega la cruda realidad, los guetos, el hambre, el miedo, la miseria. No hay libertad y tú también caes en manos de los nazis, pues a esas alturas, la narración te ha traspasado y eres un “maus” más. La grandeza reside también en que explica las consecuencias de esa catástrofe en los que llegaron con vida al final de la guerra, cómo esos hechos les afectaron, cambiaron su vida y las de sus familias. Y en medio de todo una historia de amor inmortal, la de Vladek y Anja.

Una tras otra podemos encontrar situaciones impactantes que sacuden el corazón. Jamás olvidaré el proceso de selección en el estadio, ni los cuerpos de las tres personas colgadas en el gueto por traficar con cupones de racionamiento, ni esa bandera ondeando en ese pueblo de Checoslovaquia, tampoco ese cómic transgresor que cuenta lo ocurrido cuando la madre de Art se suicida, ni ese camino en forma de cruz gamada por el que nos conducen nuestros protagonistas, ni cuando ve las fotos de sus familiares y amigos que no superaron la guerra, ni por supuesto, el inicio de la segunda parte de la historia, cuando los periodistas buscan respuestas en boca de Art, tras su éxito al publicar la primera entrega, sobre una montaña de cadáveres. Hay momentos que te dejan sin respiración, es cuando aparecen de sopetón tres fotos reales, la primera es la de su hermano muerto, la segunda la de su madre y la tercera y más significativa, la del propio Vladek. Vemos en una viñeta que no hablamos de ratones ni gatos, no hay cerdos, ni perros, ni ciervos, se trata de seres humanos. Una pequeña viñeta, casi insignificante, define perfectamente la magnitud de ese desastre, reflejando lo que puedes encontrar el este cómic, en el bocadillo pone: “Miles, cientos de miles de húngaros estaban llegando allí en aquella época.” El dibujo es una chimenea por la que sale un humo negro. Es simplemente impresionante, te traspasa con sencillen e ingenio. La relación padre e hijo, es tan buena como la parte dedicada a Vladek en la guerra, en ella ves autenticos seres humanos dibujados con cuatro trazos, es la vida misma, por eso esta obra es de esta magnitud, porque no se limita a la morbosidad de los acontecimientos, va más allá, describe como una película, relata como un libro, entra dentro de ti y se hace inolvidable.