jueves, 9 de julio de 2009

Los hijos de Octubre


Recopilando vivencias personales, Nikolai Maslov, nos presenta un retrato de la Rusia profunda, de su Siberia natal. Son parajes que parecen detenidos en el tiempo, pero como aparece en el primer relato, se ve como las casas están semienterradas en la nieve y derruidas, sin rastro de la vida que tuvieron en su día. La acción brilla por su ausencia, apenas hay tensión narrativa y lo que vemos es un interesante documental visual con pocas palabras, aunque lleno de metáforas y bastante profundo y clarificador de la realidad del país más extenso de Europa. Varios son los puntos comunes, el amor a la Tierra y los ecos de un pasado glorioso nacido de la revolución. Es como una línea ascendente a través de las décadas hasta que llega el momento del declive con la posterior desmembración de la Unión Soviética. En cada historia veremos detalles de la personalidad de sus gentes, esa curiosa visión de la vida acompañada por la ceguera causada por el vodka, tan presente en la vida cotidiana que se convierte en un carcelero infranqueable. El dibujo es en blanco y negro, bastante realista y agradable de ver. Es una delicia contemplar esos amplios paisajes interminables de los bosques de Siberia, las casas dispersas y el alargado manto blanco de la nieve pura y monótona de un invierto eterno. Encontraremos situaciones simpáticas, otras más impactantes, pinceladas de la guerra en Afganistán y regresos a casa. En todo momento nuestra visión quedará salpicada con esos toques de Rusia, con sus gentes introvertidas, orgullosas y trabajadoras, la atmósfera bucólica de las ciudades comunistas y la naturaleza fría y arrolladora. En definitiva, encontramos unas historias interesantes que te trasportan a un lugar no tan lejano, pero con una idiosincrasia diferente y encantadora. Viajar a Rusia, a cada rincón de su basta extensión, es un verdadero placer aunque sea a través de un cómic de dibujo frío y embaucador que te atrapa sin remedio y casi sin palabras.

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