jueves, 28 de enero de 2010
Barrio lejano
Barrio Lejano nos cuenta una historia intimista que sólo puede narrar Jiro Taniguchi. Con su dibujo en blanco y negro, poco recargado pero con un toque bastante realista tanto en expresiones corporales como en escenarios, logra trasmitir la personalidad de unos personajes que son un claro ejemplo de la vida cotidiana de un momento preciso de la historia de Japón. Si el autor es todo un referente en el mundo de la novela gráfica, esta obra en cuestión lo es de su currículum y es que logra trasmitir de una manera natural, a través de un hecho asombroso y hasta infantil, toda la profundidad de una persona, sus anhelos olvidados y sus sentimientos latentes. Así, tras haber bebido más de la cuenta y en plena resaca, un hombre maduro de cuarenta y ocho años se equivoca de tren cuando regresa a casa tras un viaje de negocios. A pesar de darse cuenta del error cometido se deja llevar por el viento y llega hasta el barrio en el que creció. Al pasear por esas calles se da cuenta del tiempo que ha pasado y lo cambiado que está todo, le cuesta reconocer aquellos rincones por los que anduvo. El momento cumbre aparece cuando llega a su vieja casa, una casa que ya no le pertenece y le es completamente ajena. Es triste no tener un hogar al que regresar, comenta melancólico. Sus pasos lo llevan a un templo ancestral y de ahí al cementerio donde reposan los restos de su madre fallecida, casualmente, a la misma edad que tiene él en ese momento. Entonces es cuando sucede el extraño suceso que lo lleva a la época en la que tenía catorce años, pero eso sí, con la mentalidad de un hombre de cuarenta y ocho, ver para creer. Desde ese momento se inicia la verdadera historia, una búsqueda de respuestas que siempre han quedado ocultas y que, una vez recuperado de la impresión del súbito cambio, se decide a despejar. Este viaje particular produce en el lector un viaje interior que lo conduce con nostalgia a su más tierna infancia. Cada capítulo enriquece la obra, es como una bola de nieve que poco a poco se va haciendo más grande y que llega el punto en que es imposible de frenar. Así se van despertando los sentimientos, entre momentos curiosos, otros emotivos, dramáticos; y entre silencios que son tan explícitos como un torrente de palabras. El protagonista caerá en la cuenta de que ha llegado a una época en la que su país se estaba recuperando de los efectos de la guerra y justo en el momento en el que ocurriría un dramático acontecimiento en el seno de su familia, algo que marcaría el futuro de la misma y que a su vez abriría los ojos del protagonista al descubrir lo que era su vida presente. Pero si hay un mensaje que se desprende de estas páginas, es el de buscar la verdadera felicidad, el de conseguir estar contento consigo mismo y poder decir al final de tus días que has aprovechado cada segundo vital como si fuera el último. El desenlace es también sorpresivo y sin duda deja un sabor de nostalgia y melancolía difícil de explicar. Son más de trescientas páginas que recopilan los que en un principio fueron dos tomos y en las que se disfruta plenamente tanto de sus diálogos como de los pensamientos internos del protagonista, que se mezclan con perfecta armonía junto a un dibujo muy expresivo y que son puras estampas del pasado, recuerdos hechos dibujos y que humedecen los ojos con el deseo imposible de revertir el camino.
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